lunes, 1 de octubre de 2007

Mis Maestros

Como lo prometido es deuda ... os presento a los “masters de mi universo”.

Muchas veces uno se sorprende pensando sobre la cantidad de gente que ha ido conociendo a lo largo de la vida, esa que deja huella, marca y que no sale fácilmente de la cabeza de uno a pesar del paso del tiempo.

Vale que cada uno somos un mundo y que vamos cargando con nuestra mochila de rarezas y manías, que normalmente no las exponemos a los demás y que hasta la persona en principio más normal, a poco que se rasque la primera capa de superficialidad, deja ver parte de la mochila cuando no el equipaje completo.

Escribiendo días pasados la entrada sobre la vuelta al cole caí en la cuenta de que una buena parte de mis profesores, esos que tenían el encargo de formarme intelectualmente y velar por hacerme una persona de bien, eran en su mayoría gente rara, distinta, e incluso extravagante.

Es por esto por lo que prometí escribir una entrada a modo de mini-perfil sobre alguno de ellos. No es mi meta criticarlos, pero teniendo en cuenta que fracasaron en sus objetivos para conmigo de hacerme una persona de provecho, considero una venganza suave comentar lo más memorable de sus desventuras. Comienza el baile.

En primaria, en el Colegio Público Rodríguez Marín tuve unos cuantos dignos de mención por orden cronológico, supongo que ahora su forma de actuar podría parecer extraña e incluso inapropiada pero en aquel contexto y en aquel tiempo no era excesivamente raro.

Don Saturnino, a pesar de su nombre, no, no era extraterrestre, aunque reconozco que era un tipo raro para su época. Tenía la capacidad de saber cuando estabas de cháchara por muy bajito que tuvieras el volumen, de echo sospechábamos que nos veía por el reflejo del cristal de sus gafas cuando estaba de espalda, pero nunca se pudo comprobar si era eso o que realmente tenía superpoderes.

Físicamente era un tipo joven que vestía de vaqueros y sin corbata, cosa rara para un maestro en esa época. Además llevaba mostacho para acojonar al personal, y si lo sumamos a su capacidad de acertar con el tiro de tiza, realmente acojonaba.

El tío era capaz de estar escribiendo en la pizarra de espaldas al alumnado y con un movimiento realizado en milésima de segundos estilo Matrix, giraba sobre si mismo a la vez que sobre la marcha cargaba el brazo y disparaba la tiza al charlatán detectado previamente.

Y acertaba, siempre acertaba, pero tenía su gracia y no se convertía para el infractor de corta edad en ningún trauma, los demás nos echábamos unas risas sabiendo/temiendo que tarde o temprano seríamos diana, pero lo aceptábamos como una regla de juego más graciosa que dolorosa.

Luego tenía sus buenos puntos, a pesar de ser un buen profesor que enseñaba decentemente, se preocupaba por quedarse después de clase una hora extra para ayudar a los más rezagados. También tenía la sana costumbre de jugar 15 minutos a fútbol con nosotros antes del comienzo de esa clase extra, así era más llevadero y no sólo conseguía que se quedaran los rezagados sino casi la clase en pleno.

Doña Pilar era una señora muy mayor, a punto de jubilarse, que tenía la virtud, como la mayoría de las mujeres, de hacer más de una cosa a la vez. En su caso era capaz de impartir clase a más de 30 niños y al mismo tiempo dedicarse a su afición favorita: el punto y la costura.

Físicamente era una mezcla de Florinda Chico y Marisa Porcel (T5, Escenas de matrimonio), pero con gafas con unos aumentos importantes, pelo canoso y verrugas peludas. Como tenía un parkinson incipiente y poca paciencia, cada vez que tenía que enhebrar el hilo se lo hacíamos nosotros, y a ver quien era el guapo que se negaba.

La buena mujer sacaba su canasto, nos ponía alguna tarea y se dedicaba a lo suyo. Alguno se preguntará como esa mujer a su edad era capaz de mantener el control sobre esa panda de lloricas, fácil, con disciplina, mucha disciplina, tanta que una vez mi espalda estuvo supurando más de una semana por un arañazo suyo como reprimenda por no mantenerme totalmente derecho en la fila, Lobezno a su lado mojaría los pantalones.

A la hora de escribir los boletines de notas de cada trimestre no dudaba en cogerme a mi por banda, y con la excusa de que tenía buena letra me “premiaba sin recreo” y me ponía a copiar lo que ella me iba dictando: las notas, las actas, etc … pero es que además no se le veía ningún síntoma de arrepentimiento por darme ese trato “preferente”, sino todo lo contrario. Y si me equivocaba tenía premio doble, agarraba las tijeras grandes por la parte cortante y te zumbaba en toda la mollera con la parte roma de los ojales, y te dejaba medio sonado, ya tenías el ruidito del eco del porrazo una hora dentro.

Y así de esa forma “tan especial” nos educaba y enseñaba valores, incluso haciendo uso de sus herramientas de costura para modelar nuestras cabezas. Yo creo que mi madre empezó a decirme eso de que tenía un gradito por esas fechas.

Don Joaquín, que tenía un hermano gemelo también dando clases allí, tenía una apariencia de hombre bonachón, gordito, cara sonrojada, pelo muy corto y bigote de fila de hormiga.

Fumaba Ducados mientras daba clases de matemáticas, ciencias naturales o química. Un tipo de ciencias que a pesar de que su apariencia imponía mucho respeto tenía su gracia castigando. Normalmente se dirigía al alumnado de usted pero a la vez diciendo el nombre terminado en diminutivo y de forma cantarina (Ej.: “Señor Fe-li-pi-toouu salga usted a la pizarri-ta).

Su forma de castigo preferida era darte un tironcitos de patillas o de orejas mientras te iba dando la charlita, no era muy doloroso pero podía llegar a sonrojarte la zona con facilidad. Si conseguías hacerlo estallar te montaba una bronca con una sarta de insultos suaves (Ej.: “pero será el tío membrillo, será el tío bruto, será pedazo de animal, habrase visto cacho de carne…”), que conseguían avergonzarte más por el volumen de la bronca que por el insulto, claro que luego en frío tenía su gracia.

Don Modesto, un zamorano morenete tostado y bajito al que el nombre no le hace nada de justicia, era el profesor de Plástica y Gimnasia. Como era típico en él, siempre iba en chandal, pero eso sí, con sus gruesos cordones de oro por fuera, como complemento muy a juego con la prenda. Casi podría afirmar que los “canis” de ahora le eligieron a él como icono estético grupal.

No era mal tipo pero tenía debilidad por piropear a todo lo que vistiera falda: alumnas jovencitas, limpiadoras, cocineras … Supongo que sería de la filosofía de que en la variedad está el gusto, y a pesar de estar casado, no hacía ascos en tirarle los tejos a ninguna en nuestra presencia. A nosotros esa formación práctica si que nos vino muy bien, porque descubrimos qué era lo que no debíamos decir si queríamos comernos una rosca. Aunque todo siempre se quedaba en vana palabrería, ya que dudo mucho que su estrategia de acoso y derribo tuviera éxito con alguna fémina, claro que en esos tiempos no existía la figura de “la yona”.

En secundaria también había buenos especímenes para comentar y unido al poco, pero algo de sentido crítico que ya tenía uno, como jovencito experimentado en el trato con este tipo de profesorado, y al cambio de mentalidad más libre en ese periodo, era rematadamente fácil detectarlos.

A la voz de Pirolo, no confundir con Piccolo, apodo si mal no recuerdo de Manuel Amat, y por el cual él estaba encantado que le llamara todo le mundo (ni idea de porqué), era quien respondía un hombre alto y delgado y con la cabeza como una bola de billar salvo en la nuca. Apariencia de físico nervioso y loco pero que en realidad impartía matemáticas financiaras y demás hierbas. Mejor tipo que profesor, aunque tampoco era malote, pero era más simpático que efectivo. Curiosamente llegó a ser director durante varios años.

José María era un tipo campechano, quizás en exceso, tanto que el venía a clase con sus pantalones de pana y sus botos llenos de barro de visitar las tierras que tenía en Herrera como si fuera l0 más normal del mundo. Desde el primer día avisaba de que con él no había copiado nunca nadie, craso error, basta que le digas eso a un adolescente irreverente como para intentar colártela a la primera de cambio, como así fue durante casi todo el curso. Y es que también tenía debilidad por las faldas y se despistaba demasiado mirándolas.

Lali era una señora con minusvalía que intentaba hacer lo máximo para poder controlar la clase e imponerse, al principio lo tenía bastante a su favor pero en el momento que “Los siete niños de Écija” le cogieron la medida ya se pasaba mas tiempo gritando que otra cosa. Reconozco con el paso de el tiempo que mucha gente aprovechamos su minusvalía y no le dimos el respeto que merecía, pero éramos jóvenes y algo impresentables.

A Lali la sustituyó durante un tiempo Isabel, que lo primero que se le ocurrió a esta buena mujer nada mas llegar a su primera clase y presentarse fue decir que era de Loja … y ya saben el refrán … (“… la que no es p*** es coja”). El murmullo generalizado fue lo más gracioso que ha pasado en una clase de secundaria en años. La pobre mujer toda despistada preguntando qué pasaba con ese acento “granaino serrao” mientras toda la clase se descojonaba en su cara no tenía precio.

Tomás era un profesor, que aunque no lo tuve que sufrir en mis propias carnes, es el que estuvo más cerca de que todo el alumnado de una clase le linchara. En mitad de curso se le fue la pinza, se empezó a volver un poco paranoico, perdió el control de su vida y empezó a pagarlo con los alumnos. En la actualidad creo que está cuidando cabras con una excedencia, pero no es algo seguro.

Frank, un burgalés barbudo vestido de chandal negro de algodón, botines a lo Panamá Jack y pañuelo típico palestino alrededor el cuello, que su primer día y en el que tu no estás aún mentalizado para entrar en clase, se dedica a intentar hacer pandilla y amistad con el alumnado que está haciendo pellas.

Para nosotros fue un shock tan grande que hasta teníamos miedo a dirigirle la mirada o la palabra, no fuera a ser que esta vez el Ministerio se hubiera colado con el filtro de raros. En realidad tengo que reconocer que luego ha sido uno de los mejores profesores que he tenido nunca, con un nivel de implicación increíble y con una capacidad didáctica fuera de lo común, y es que aprendimos historia moderna sin libros, sólo con periódicos. Podía ausentarse de la sala de exámenes tan alegremente que era tal el respeto que se ganó que nadie copiaba.

Termino haciendo mención especial a Carlos, un profesor granadino y bien parecido que al día de hoy sigo preguntándome cómo aprobó la universidad y cómo pudo aprobar la oposición para poder dar clases. Y es que el hombre ponía todo su empeño pero era imposible aprender algo con el. Eso sí, para apuntarse a todas las fiestas o para tunear VW escarabajos era el primero.

Seguramente que me he dejado muchos por el camino, mi memoria no es muy prodigiosa que digamos, mejor para ellos, pero que no respiren del todo tranquilos, si con el tiempo recuerdo a alguno más prometo actualizar la entrada.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Vuelta al cole

Tras el acribille de noticias clónicas en todos los medios comentando la inminente vuelta al cole, soportar una y otra vez las desgarradoras imágenes de los pobres críos llorando a punto del colapso y sufrir un año más con los comentarios sobre el coste de cada niño a la familia (libros, material escolar, comedor, transporte, clases extraescolares, etcétera), no he podido evitar recordar cuán diferentes eran en mis tiempos el colegio y sus reglas.

Para empezar, los lloros desgarradores eran los mismos, todos o casi todos padecíamos de “mamitis“ y alejarnos durante más de cinco minutos de la pierna de nuestras madres era algo para lo que no estábamos programados, con la única excepción del juego y hacer alguna travesura a sus espaldas.

No sólo los lloros eran los mismos, los amenazantes velones de mocos también. Y la cara de sorpresa de las madres al ver cómo su cándido hijo giraba el cuello hacia la salida del colegio, haciéndoles sospechar la presencia de algún gen coincidente con la niña del exorcista, tampoco tenía ni tiene desperdicio.

Es por esto que creo que habría que instaurar la costumbre de que el primer día de colegio se celebrara una fiesta, como en algunos países nórdicos. Sería una forma suave de ir mentalizando a los enanos y evitar traumas tanto a los críos como a sus madres. Lo que no me cabe en la cabeza es que eso lo hayan inventado unos sosos nórdicos y aquí, el país de la fiesta y la pandereta no … ¿cómo se nos ha podido pasar? … Menos mal que nuestros universitarios ya han cogido la sana costumbre de celebrar el comienzo de curso a golpe de botellón. Que no se diga hombre !

Sin embargo, una vez dentro del colegio ya la cosa cambiaba, y mucho. En mi caso particular cursé estudios de primaria en el C.P. Rodríguez Marín … y eso dejó huella … pero ya lo comentaré más adelante en una entrada que tengo reservada para mis insignes maestros, esas personas dedicadas en cuerpo y alma a hacer de mi alguien de provecho y que tanto sufrirían si vieran el monstruo que han creado.

En mis tiempos siempre nos obligaban a ponernos en fila india. Incluso para construirla como Dios manda, nos ordenaban “a cubrir“ con el brazo extendido el hombro del de delante, como si de soldaditos se tratara. Y ya en esta posición aún los maestros se encargaban de enderezar la fila, por decirlo de forma suave. Se rezaba en pose de firmes y se entraba a clase en absoluto silencio, también en fila india pegados a las paredes. Supongo que en ese momento no se les pasó por la cabeza que nos estaban entrenando para de mayores, en las fiestas hacer el trenecito a ritmo de pachanga entre paquitos el chocolatero.
 
Las salidas y entradas al recreo eran también en ese riguroso estilo marcial tan supuestamente adecuado para unos críos. Aún no me explico por qué los directores de colegio, cómplices de estas lobotomizantes hazañas de control disciplinario, no pusieron el nombre del creador de las mismas a sus propios hijos a modo de homenaje.

El recreo era la verdadera libertad. Lo primero era comprar el avituallamiento en el kiosko casero que tenía montado el conserje Don Florencio ( ¿memorable verdad? ). Podíamos elegir entre “aldeanas“, “cuñas“ o “alpargatas“ para tomar fuerzas y ya estábamos listos para chutar cualquier pelota pinchada, lata o piedra que tuviéramos a mano. Si no había ni lo uno ni lo otro o los mayores se habían adueñado del campo, siempre nos podíamos dedicar a jugar por equipos a “la gata paría“, bonito nombre para un juego donde el que más resistía ganaba. Eso los chicos; las chicas tenían sus propios juegos: rayuela o elástico eran la moda.

Cuando se terminaban las clases corríamos a los brazos de nuestras mamás, como si huyéramos de un campo de exterminio. Con lo poco cuidadoso que es uno a esa edad evitando ensuciarse en el recreo nuestras madres sospecharían al vernos que nos ponían a picar piedras o algo parecido.

Sobre gastos no hay comparación. Entonces los libros se heredaban en la mayoría de los casos, junto con las respuestas a las preguntas marcadas en el papel a pesar de haber borrado el lápiz del dueño anterior.

El uniforme, con un modelo de otoño/invierno y otro de primavera/verano, más la ropa deportiva, tipo chandal azul oscuro con dos rayas blancas. En mi caso, azul marino para jersey, camisa o polo blanco y pantalones gris marengo. No sería Adolfo Domínguez pero desde luego sí que fué un lince el que pensó que el azul marino casaba bien con el albero de la tierra del recreo o que el blanco era lo más apropiado para que un crío estuviera siempre en perfecto estado de revista, sobre todo en clases de plástica. Lo dicho: un lince.

Teníamos comedor escolar que era de pago, económico eso sí, pero no era obligatorio y la mayoría de nosotros preferíamos comer en casa, nuestras madres también lo preferían y sus razones tendrían que en un pueblo todo se sabe.

Ni actividades extraescolares ni nada parecido. Bueno, sí las teníamos pero no nos cobraban por ello: practicar deporte era gratis, divertido y sano. Recuerdo que incluso algunos maestros se ofrecían motu proprio para ayudar a los alumnos que quisieran una hora más después del horario escolar, y tampoco cobraban por ello.

A bote pronto me viene a la cabeza Don Saturnino (como para olvidar el nombre), que enseñaba con la tiza, y lo digo con conocimiento de causa. Pero se le perdonaban sus extravagancias porque en el fondo era un buen tipo e incluso jugaba bien a fútbol con cualquier lata.

El transporte era en un autobús que recorría las calles de Osuna, curiosamente apodado “el kunfú”, que a saber porque se le bautizó así a esa tartana, aunque sospecho que algo tendría que ver con la velocidad de crucero de David Carradine en su famosa serie. Para “los del campo”, que eran los alumnos que venían de los cortijos cercanos o de la pedanía de El Puerto de la Encina, había autobuses que les traían y llevaban diariamente.

Bueno que me tengo que ir a recoger a los chavales, que desde lo de la Madeleine cuando llego tarde las otras madres me miran mal ... muy mal.

viernes, 21 de septiembre de 2007

La Parra

A veces hay sitios que por una o varias poderosas razones se nos quedan grabados a fuego en la mente. "La Parra" es uno de ellos.

Se trata de un negocio familiar/bar/antro que tiene una historia como mínimo digna de ser contada, de no pasar desapercibida por culpa de una simple o supuesta falta de glamour.

Antiguamente el negocio era el típico bar de trabajadores y gente mayor. No sé si en sus comienzos pondrían tapas y comidas; cuando yo lo frecuentaba puedo asegurar que no, hubiera sido arriesgar en exceso la salud de la población.

Poco a poco, y al pasar el negocio en herencia a manos de los hijos, se convirtió en un lugar más abierto, con otro aire más cosmopolita, frecuentado tanto por expertos jugadores de dominó y apasionados espectadores de partidos de fútbol como por depravados voyeuristas de películas X de Canal Plus.

Entre esta heterogénea fauna de clientes me encontraba yo que, junto con algunos impresentables más, inventamos, de modo incipiente y sin la más remota sospecha, el sistema de ocio juvenil que pasaría a estar de moda en el siglo XXI: el botellón.

Al parecer fuimos de los primeros en poner en práctica tan saludable rito social. Al principio sólo nos atrevíamos con la cerveza, la famosa litrona de Cruzcampo o Estrella del Sur. Pero poco a poco fuimos envalentonándonos y empezamos a pedir los combinados. Lo más normal era el calimocho, que sólo el nombre ya avisaba de lo arrepentido que estarías al día siguiente. También consumíamos in situ los famosos chupitos de Orgasmo, muy apropiados en conjunto con la banda sonora de Canal Plus sonando de fondo.

No sé si sería por culpa del estreno de la película "Cocktail" con Tom Cruise por esas fechas o porque los barman fueron cogiendo confianza, que la carta de posibilidades embriagadoras se amplió. Y no sólo en variedad, también en calidad ya que el sistema para la elaboración de los combinados no tenía desperdicio por su sofisticación, tanto en la propia alquimia del brebaje como en la ejecución. El estudio artesanal de las proporciones exactas y la depuración técnica eran algo que ni los guionistas de El Bar Coyote podrían haber imaginado siquiera en sus mejores momentos de clarividencia por el peyote.

Pongamos como ejemplo 2 litros de Bacardi-Cola, aunque es extrapolable a cualquier combinado similar:

1. Partiendo de una Coca-Cola de 2 litros a temperatura ambiente, se traspasaba por completo a otro recipiente vacío a través de un embudo lleno de hielo.

2. Se llevaba el embudo con hielo de nuevo sobre el recipiente original de la Coca-Cola y se vertía el Bacardi en la proporción exacta, según la destreza y sabiduría del barman.

3. Se terminaba de rellenar la botella con la Coca-Cola restante, también a través del embudo con hielo.

El resultado era un combinado fresquito a precio de ganga perfectamente logrado. Para los "mijitas" que siempre están cuadrando las cosas aclararé que efectivamente había un sobrante de Coca-Cola, que se quedaba la casa. El combinado siempre era acompañado de paquetes gigantes de frutos secos al gusto.

Normalmente jugábamos unas partidas de futbolín mientras esperábamos turno o se nos preparaba el take-away. La poderosa política de marketing implantada era lo suficientemente eficaz como para mantenernos consumiendo en el local y evitar que cruzáramos la calle y nos fidelizara la competencia, que curiosamente se llamaba "La Filoxera", local que nos parecía mucho menos logrado, quizás excesivamente pulcro para nuestro particular gusto.

En realidad la competencia tampoco era tal, ya que el target de "La Filoxera" comprendía un público maduro, responsable, aseado y pulcro, que tapeaba o comía: en definitiva, trabajadores y gente de bien.

Por el contrario, "La Parra" era un local más undergound, con una estética de taberna barroca, con su barra de madera antigua; con sus escupideras para ... bueno ya se imaginan; veladores y sillas de formica y hierro de tonos marrones; expositor de bebidas tras la barra también en madera; ruidosa máquina tragaperras; TV color con Canal Plus; ventiladores sin funcionar, que eran el sedoso paraíso de las arañas; iluminación de tubos de neón blanco, y oscuro baño sólo para caballeros reconvertido en unisex, pero sólo por el panel informativo de la puerta: en el interior únicamente había el típico cagadero de agujero cerámico que, con sinceridad, daba miedo, mucho miedo.

Pero lo más curioso e identificativo era el pájaro sin jaula. Este pobre animalillo estaba lazado por una de sus patas a una cadenita. La cadenita por el otro extremo acababa en una argolla que rodeaba un alambre. Este alambre estaba tensado a lo largo de toda la longitud de la barra a una altura segura para que los clientes no pudieran alcanzarlo.

La función originaria del pájaro sería la de cantar, pero en la práctica lo único que hacía era revolotear desplazándose de un extremo a otro de la barra. Supongo que en venganza por tan buena vida, en su mente aviar sólo tenía como meta acertar dentro del vaso de algún cliente o al cliente mismo si se ponía a tiro.

Sospecho que además del pájaro había mas animalillos por allí conviviendo en perfecta armonía con el entorno, pero sólo es una especulación basada en mi poco criterio al fijarme únicamente en el estereotipo del local. En cualquier caso si algún biólogo con conocimiento de causa quiere iluminarme que use los comentarios.

BANDA SONORA: Al calor del amor en un bar, Gabinete Caligari.

jueves, 20 de septiembre de 2007

Arquetipo escatológico.

“Eres mas guarra que La Popora, que hacía muñequitos de mierda, los freía y se comía la cabeza”.


Lo se, lo sé, uno empieza así de fuerte con esta bonita frase y luego corre el riesgo de que progresivamente pase a ser de Caballero Jedi a un simple esbirro disfrazado de plástico blanco con una persona simple haciendo de extra dentro.

Afronto el riesgo y me comprometo a mantener este nivel de escatología sublime en la mayoría de las entradas de la bitácora.

Sí, soy irreverente … pero como decía la canción de Janet … “Yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así”.

Aparte del ascazo que pueda infligir la frase del comienzo en un alma cándida y pura, y de la que juro sobre lo más sagrado que no soy autor, sino que la escuché un día de mi inocente infancia, paseando en Semana Santa por la calle Carrera de Caballos, a la altura de los Billares del Neo, podríamos analizarla según sus diferentes elementos para desentrañar esa construcción como ejemplo del arquetipo más soez y escatológico jamás creado.

Analizando guarra está claro por donde van los tiros, no se refiera a alguien varón, no sólo ya por el género usado, sino también porque ésta expresión va unida de forma especial al universo femenino cuando de insultar se trata.

La Popora, que nunca supe si existía o era alguien inventado por una mente sucia y calenturienta en momentos de profundo aburrimiento y muy mala leche, parece elegida como una jugada maestra del subconsciente para hilar mas tarde con la principal materia de la que están creados los muñequitos, ya que, al menos cuando yo era un niño, “hacer popó” era una forma mas o menos suave de llamar a “dar de cuerpo”.

El fabricar muñequitos de mierda es algo que no cabe en ninguna cabeza que esté medianamente sana. Así que podemos deducir que no sólo era guarra La Popora, sino que también era un poco oligofrénica. Supongo que sería algo así como una especie de rito vudú llevado al extremo más pringoso y aromático. El sólo hecho de pensar en la parte de amasado ya casi que consiguen que me den arcadas, y eso que yo me considero una persona de estómago fuerte, que mis buenos duros en terapia a cargo de La Parra me ha costado.

Al pensar en el freír los muñequitos automáticamente me viene a la cabeza, supongo que por las fechas, el desayuno a base de churros en la Chocolatería de Chari, en el callejón del mercado de abastos, la madrugá del Viernes Santo … y ese aceite hiviendo e impaciente por ser partícipe de uno de los intentos inéditos de la nouvel cuisine que ni al mismísimo Adriá se le habría ocurrido.

El comerse solamente la cabeza refuerza, mas si cabe, mi teoría sobre la demencia de la susodicha y mas que buscar un porqué sobre dicha elección, me invita a preguntarme por el destino del resto del muñequito: ¿lo tiraba?, ¿lo reciclaba?, ¿lo ofrecía y compartía amistosamente como prueba de su buen corazón en fechas tan señaladas?

Llegados a este punto y teniendo en cuenta que en Osuna nuestra magnífica Pulisia no ha hecho ningún curso de CSI, invito a que quien tenga datos, pruebas o algún tipo de información válida y científica sobre este mítico personaje, me lo haga saber a través de los comentarios.

AMBIENTACION: Kaka de Luxe + Piero Manzoni.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

A modo de presentación ...

Esta bitácora trata en tono de humor ácido las anécdotas que me han ocurrido o he presenciado a lo largo de mi corta vida.

Comienza aquí una aventura con la que espero mucha gente pueda identificarse, tanto con los acontecimientos como con los personajes.

Las reglas son que no hay reglas, nunca aclararé que parte es ficticia y que parte es real, aunque muchas veces estoy seguro que parecerán exagerados algunos hechos aunque no lo sean.

De entrada ya pido perdón por mi uso del lenguaje, a veces será divertido, a veces soez, lo que sí que será mi primordial meta es que no sea aburrido.

Pasen y lean ...

BANDA SONORA: My way, Frank Sinatra, Sid Vicious.